2 jun 2013

Desde la caja de Pandora.


Sentir la suavidad de la madera, recorrer las vetas con la yema de los dedos, y fingir que contienes un suspiro mientras imaginas que algo más allá está pendiente de ti. Pero estás en una habitación vacía, con las puertas y las ventanas cerradas. La única luz procede de la vacilante llama de una vela. El único sonido es el acompasado respirar que guía tus movimientos.

Son movimientos inútiles. Son deseos vanos. Son intenciones ciegas que anhelas que alguien entienda y dejas salir a solas, porque te avergüenza en el fondo que alguien te vea.
Es cinismo. Es autocompasión. Es inútil.


Separar las manos de la caja bruscamente, como si de repente quemase. Pero no es la madera… Es la propia piel la que parece tomar conciencia de lo que la tapa cerrada oculta. Mirar la caja con cautela y suspicacia, y acercarse receloso conteniendo la respiración, sin osar tocarla de nuevo, pues permanece el recuerdo del daño aun latiendo en la yema de los dedos.

Unos dedos que tiemblan con la simple reminiscencia. Que se cierran ante la posibilidad de soñar de nuevo. Dedos que prefieren asir el vacío que agarrarse a un clavo ardiendo.
Es miedo. Es cobardía. Es una pérdida de tiempo.


Ponerse en pie y alejarse con desasosiego. Intentar dormir sin poder huir del desvelo. Desvelo de vigilia, desvelo de celo. Desvelo que te roba el descanso sin dar tregua al pensamiento. Que finalmente te despoja del poder soñar de nuevo y te envuelve en una apatía casi digna de enaltecimiento. Pobre tú, que te abandonas al tedio, que te entregas a la molicie y espantas el deseo.

Un deseo que no desaparece, porque para borrarlo has de morir primero. Y permaneces en el duermevela del engaño imperecedero, esperando que alguien te salve de nuevo.
Es ficticio. Es utópico. Es simple confinamiento.


Acercarse de nuevo y ver en la caja la vasija de los tormentos. Convertirla en fruto de los males y objeto de arrepentimiento. Agarrarla con firmeza y querer lanzarla lejos, con fuerza y un grito desgarrador que crees que ahuyentará todo tormento. Porque lo que está cerrado no debería ser abierto. Porque no puede nacer nada bueno de lo que solo provocó sufrimiento.

El sufrimiento enterrado en indolencia, falso placer con la fecha de prescripción cada vez más cerca. Un bálsamo temporal, un banal acto que engatusa los sentidos con astucia.
Es apariencia. Es vesania. Es frívola argucia.


Caer arrodillado al suelo, y temblando como hoja de otoño enfrentarse a las sombras del sueño fariseo. Desterrar con voluntad temores y miedos para tornar la jarra del mal en caja de nuevo, caja de madera vibrante y cerradura con llave dentro. Llave dispuesta a ser girada y desvelar lo que espera dentro. Porque a veces lo que está cerrado, merece la pena ser abierto.

Abrirlo para encontrar luz brillante y clara. Luz impaciente por salir y anular las sombras innecesarias creadas por la titilante llama. Luz que borra duda, miedo y desconfianza. 
Entonces… ¿qué es?


4 comentarios:

  1. Me ha encantado desde la primera letra hasta la última

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    1. Muchísimas gracias, Selu!! Me alegra que te guste =D

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  2. Justo hace un rato estaba escribiendo en un blog nuevo que he tenido que hacer para clase y he hablado de Tubular Bells, tiene gracia que justo después, revisando comentarios antiguos de mi Wordpress, vea un comentario tuyo antiguo, me meta en tu blog, y vea Tubular Bells.

    Tenemos buen gusto eh, sin duda :)

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    1. ¿En serio? Es que es un discazo. Me encantó desde que me lo enseñaron. El otro día lo recordé, puse la música, abrí un documento nuevo, empecé a escribir y salió esto.

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