Sentir la suavidad de la madera, recorrer las vetas con la
yema de los dedos, y fingir que contienes un suspiro mientras imaginas que algo
más allá está pendiente de ti. Pero estás en una habitación vacía, con las
puertas y las ventanas cerradas. La única luz procede de la vacilante llama de
una vela. El único sonido es el acompasado respirar que guía tus movimientos.
Son movimientos inútiles. Son deseos vanos. Son intenciones
ciegas que anhelas que alguien entienda y dejas salir a solas, porque te avergüenza
en el fondo que alguien te vea.
Es cinismo. Es autocompasión. Es inútil.
Separar las manos de la caja bruscamente, como si de repente
quemase. Pero no es la madera… Es la propia piel la que parece tomar conciencia
de lo que la tapa cerrada oculta. Mirar la caja con cautela y suspicacia, y acercarse
receloso conteniendo la respiración, sin osar tocarla de nuevo, pues permanece
el recuerdo del daño aun latiendo en la yema de los dedos.
Unos dedos que tiemblan con la simple reminiscencia. Que se
cierran ante la posibilidad de soñar de nuevo. Dedos que prefieren asir el
vacío que agarrarse a un clavo ardiendo.
Es miedo. Es cobardía. Es una pérdida de tiempo.
Ponerse en pie y alejarse con desasosiego. Intentar dormir
sin poder huir del desvelo. Desvelo de vigilia, desvelo de celo. Desvelo que te
roba el descanso sin dar tregua al pensamiento. Que finalmente te despoja del
poder soñar de nuevo y te envuelve en una apatía casi digna de enaltecimiento.
Pobre tú, que te abandonas al tedio, que te entregas a la molicie y espantas el
deseo.
Un deseo que no desaparece, porque para borrarlo has de
morir primero. Y permaneces en el duermevela del engaño imperecedero, esperando
que alguien te salve de nuevo.
Es ficticio. Es utópico. Es simple confinamiento.
Acercarse de nuevo y ver en la caja la vasija de los
tormentos. Convertirla en fruto de los males y objeto de arrepentimiento.
Agarrarla con firmeza y querer lanzarla lejos, con fuerza y un grito
desgarrador que crees que ahuyentará todo tormento. Porque lo que está cerrado
no debería ser abierto. Porque no puede nacer nada bueno de lo que solo provocó
sufrimiento.
El sufrimiento enterrado en indolencia, falso placer con la
fecha de prescripción cada vez más cerca. Un bálsamo temporal, un banal acto
que engatusa los sentidos con astucia.
Es apariencia. Es vesania. Es frívola argucia.
Caer arrodillado al suelo, y temblando como hoja de otoño enfrentarse
a las sombras del sueño fariseo. Desterrar con voluntad temores y miedos para tornar
la jarra del mal en caja de nuevo, caja de madera vibrante y cerradura con
llave dentro. Llave dispuesta a ser girada y desvelar lo que espera dentro. Porque
a veces lo que está cerrado, merece la pena ser abierto.
Abrirlo para encontrar luz brillante y clara. Luz impaciente
por salir y anular las sombras innecesarias creadas por la titilante llama. Luz
que borra duda, miedo y desconfianza.
Entonces… ¿qué es?
Me ha encantado desde la primera letra hasta la última
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Selu!! Me alegra que te guste =D
EliminarJusto hace un rato estaba escribiendo en un blog nuevo que he tenido que hacer para clase y he hablado de Tubular Bells, tiene gracia que justo después, revisando comentarios antiguos de mi Wordpress, vea un comentario tuyo antiguo, me meta en tu blog, y vea Tubular Bells.
ResponderEliminarTenemos buen gusto eh, sin duda :)
¿En serio? Es que es un discazo. Me encantó desde que me lo enseñaron. El otro día lo recordé, puse la música, abrí un documento nuevo, empecé a escribir y salió esto.
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