La suave y escasa luz que por cuarto menguante emitía la
luna esa noche se colaba a través de los cristales de las ventanas, iluminando
tenuemente y por igual la piedra de las paredes, la madera de los muebles, el
metal de las armaduras y el suelo del quinto piso. En el castillo reinaba un
imperturbable silencio que nadie osaría interrumpir, y las armaduras,
brillantes, estoicas, parecían las guardianas de esa eterna quietud que, cual
Bella Durmiente de Perrault, parecía esperar con ansia casi imperceptible que
alguien la despertase, o en el caso del silencio, que alguien lo rompiese.
Pero… ¿Qué ocurre cuando aquello que rompe la calma, es más silente que el
propio silencio?
Como si de una aparición se tratase, una figura menuda y delgada bajó en la
oscuridad por las escaleras que subían al sexto piso, cautelosa, taciturna,
muda… Un camisón blanco cubría su cuerpo de niña de quince años a lo sumo,
disimulando sus curvas, el fino cabello rubio caía en una lisa cascada sobre
sus hombros, y bañada por la luz de Selene, su pálida y suave piel se veía aún
más blanca de lo habitual. Sus pasos eran lentos y guardaban entre pisada y
pisada cierto ritmo, como si estuviese avanzando al son de una melodía que solo
ella podía escuchar. Así terminó de bajar los escalones, con parsimonia y sin
mirar donde ponía los pies, pareciendo que más que caminar, se deslizaba. Sus
celestes ojos estaban abiertos, pero su mirada no estaba allí. A pesar de tener
la vista fija en el frente no parecía ser consciente de nada de lo que se
extendía ante ella. Su rostro, siempre expresivo y con una alegre y cándida
sonrisa en los labios se mantenía serio ahora inusualmente impávido.
Los pasos de la niña se detuvieron en medio de un cruce de pasillos, como si
hubiese olvidado el camino, como si su subconsciente no supiese hacia dónde
dirigirse ahora. Su blanca piel, la impasividad de su expresión, la mirada
pérdida de sus ojos, los brazos inertes junto al cuerpo, los rosados labios
entreabiertos… todos esos factores unidos al intenso e inquebrantable silencio
de la estancia hacían que la figura de Cornelia pareciese, bajo los plateados
rayos de luz, una incorrupta estatua de mármol desvinculada del tiempo y el espacio.
Tan pálida, frágil, inmaculada… lo único que rompía el hechizo era el leve y
acompasado movimiento de su pecho, que delataba la profunda y rítmica
respiración de quien disfruta del descanso.
Y allí se mantuvo, estática en medio de la noche, entre las paredes que tanto
bullicio albergaban por el día y que ahora eran guardianas del reposo más
absoluto. El único testigo de la marcha de la dama dormida fueron las solemnes
armaduras en sus pedestales… o eso creían ellas. Una conciencia dormida en un
cuerpo autómata que, solo movido por hilos invisibles que un alma desvanecida
sostenía, era capaz de deambular a placer. Era el desplazamiento involuntario
de una mente que, si bien podía ver por donde pisaba, no se daba cuenta
totalmente de lo que la rodeaba. Un vagar encauzado por recuerdos instintivos,
un viaje por debajo del umbral de la conciencia.
La niña no reaccionó de ninguna manera cuando Valentine se acercó a ella. No
respondió a su llamada, no parpadeó cuando la mano de él acarició suavemente su
mejilla, susurrando su nombre de nuevo. Su respiración continuó siendo profunda
y pesada, y los eternos cielos que tenía por ojos estaban vidriosos, su mirada
totalmente vacía. ¿Cómo era posible que unos ojos siempre llenos de vida
pudiesen albergar también ese cristalino mirar? No escrutaban nada, permanecían
fijos en un punto indefinido, observando algo que posiblemente no existiese… al
menos no en ese mundo, quizá ni en ese tiempo. Entonces algo cambió. Unos segundos
después de que el dedo de su amigo tocase su pómulo, la muchacha ladeó
suavemente la cabeza, como si lo hubiese notado pero no fuese capaz de
responder al toque de manera más activa. Lentamente parpadeó, y al abrir los
ojos su mirada seguía siendo la misma: Lejana y vítrea. Cualquier esperanza de
que con esa acción volviese a la realidad se esfumó en el aire. ¿Qué le
ocurría? Sin embargo para Val, que sufría trastornos de sueño, la respuesta fue
evidente: Parasomnia. Cornelia se encontraba en un estado profundo de
sonambulismo. Profundo porque normalmente esta irregularidad en el descanso no
pasaba de un breve despertar y una mirada en derredor antes de caer de nuevo
dormido sobre el colchón.
Entonces Cornelia volvió a moverse, y con ese caminar
pausado giró hacia la derecha y comenzó a avanzar despacio por el pasillo, en
dirección a las escaleras que bajaban al cuarto piso. Pero una juguetona y
oportuna nube ocultó la luna privando a ambos, ausente doncella e insomne
velador, del fulgor plateado que guiaba sus pasos.
Venga ya,esto no mola. ¡¡¡Me he quedado con la intriga!!! ¡Maldita!
ResponderEliminarSe siente! No hay continuación XD
Eliminar